En Atlanta 96, el boxeador estadounidense fue el último deportista en encender el pebetero. Su caminata, frágil y lenta por el Parkinson, emocionó como nadie.
Historias de los Juegos Olímpicos:
Fue su último combate. Recibió la antorcha de manos de la atleta estadounidense Janet Evans y miró hacia adelante. Le quedaban varios metros por recorrer. El cuerpo le temblaba, con el Parkinson demasiado avanzado. La mariposa no volaba como antes y la abeja mucho menos podía picar, como le gustaba decir en su momento de esplendor. Pero su cabeza y, especialmente, su corazón, todavía eran fuertes. Fue el día de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Atlanta 96. El día que Muhammad Ali hizo llorar a todos.
El secreto se mantuvo sin romper hasta el momento indicado. Nadie suponía que el boxeador, ganador de la medalla dorada en Roma 1960, estaba en condiciones para hacer semejante aparición, a los 54 años y claramente afectado por el Parkinson. Su caminata, lenta pero segura, fue la secuencia más emocionante de la historia de las inauguraciones de los Juegos Olímpicos.
Pese a los secretos que la organización londinense se preocupa en mantener y la tecnología y escenarios impresionantes que pueda ofrecer, parece difícil superar lo de Ali en Atlanta 96. Fue el día en el que noqueó a los temblores. Los pasó por arriba y con corazón olímpico les pidió que se fueran, por lo menos un rato. Esa jornada, ganó por nocaut, una vez más. Reviva el momento:
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